domingo, 21 de marzo de 2010

Pensemos a Chile en un sueño que supere la pesadilla en que vivimos


Mi estado de pobreza no está relacionado con la falta de dinero ni de carencias esenciales inmediatas, es el reflejo de una incomprensión de los propios desheredados, a quienes les arrancaron de cuajo su conciencia y los convirtieron en subordinados, con sutileza, subliminalmente, para que fueran condescendientes con una forma de vida, basada en el éxito personal y material, que la naturaleza con su furia se encargó de destruir en unos cuantos minutos.

Por Gregorio Angelcos

Es una escena del teatro del absurdo, ver a Piñera convertido en Presidente de Chile por mandato popular. En las comunas de menores ingresos, la coalición ganadora obtuvo un encendido respaldo popular, claro está, que la contraparte que gobernó durante veinte años hizo uso y abuso del poder, marginando de las decisiones a la sociedad civil por temor a que se produjesen ciertas inestabilidades sociales, propias de las debilidades del modelo, tales como la marginación y la exclusión.

Pero con el sismo, la pobreza quedó en evidencia, fracasaron los índices, las estadísticas, toda la información tecnocrática se vino al suelo. La miseria era aún mayor, es claro, nunca hubo distribución del ingreso y no lo habrá con las nuevas autoridades.

Pero el enigma, que no es tal, es comprender porque las clases populares renunciaron a un proyecto de país basado en sus necesidades de crecimiento y desarrollo, y delegaron su responsabilidad en autoridades que forman parte de las oligarquías nacionales, a partir de los noventa.

Oscuro antecedente fue que una concurrencia mayoritaria pidiera la intervención de los militares para derrocar al presidente Allende, si se considera que además en el plebiscito del 1989, cerca del 45% del país le pidió a Pinochet que se quedará en el poder, después de que, haciendo uso discrecional de su autoridad durante diecisiete violará los derechos humanos, persiguiera y asesinara a personas opositoras a su régimen de facto, y fuera condenado por la gran mayoría de los organismos internacionales.

Luego, se restablece un sistema “democrático regulado”, con un sistema de bloques, heredado de la Constitución del ochenta, y la correlación de fuerzas se mantiene incólume, algunos puntos más y la reproducción instantánea en el poder, las mismas caras, un cerco cerrado, donde fue imposible penetrar, hasta que un porcentaje de ex incondicionales se dieron una vuelta en ciento ochenta grados y le dieron la mayoría al bloque derechista.

Por su parte, la izquierda alcanza su mayor y limitado porcentaje encabezado por el mejor nombre a la presidencia: Jorge Arrate, desde la década del noventa a la fecha, los comunistas logran romper con la hegemonía de los oligarcas, y acceden a través de un pacto para romper la exclusión con tres parlamentarios, después de dos décadas.

Pero el pueblo que vocifera y se muestra disconforme, se uniformiza a la hora de elegir, y vota consuetudinariamente, no se atreve a experimentar cambios con su voto, porque tal vez, no tiene demasiado claro a que aspira.

El dilema consiste en como romper con el conservadurismo, cuando los sectores progresistas de verdad, aquellos que buscan con vehemencia la transformación del sistema por uno más humano y equitativo, observan en su experiencia cotidiana el nivel de estancamiento en que se encuentran.

No tenemos medios de comunicación, poseemos estructuras debilitadas a través de estos años, la gente renuncia a la política porque banaliza lo que no comprende, los grupos de izquierda tienden a cerrarse en ghettos ideológicos y culturales, dejando de percibir a un pueblo funcional y con problemáticas variables que es necesario indagar para crear nuevas políticas y otras estrategias.

Las tácticas del día a día, si es que existen, son imperceptibles, los partidos están en disfunción con la sociedad civil. Es necesario reprogramar las ideas y la acción, recurrir a fuentes internacionales de financiamiento, y penetrar el tejido social para operar desde las raíces a las cuales pertenecemos, los que tenemos un origen de clase en estricta coherencia con la mayoría de un pueblo algo inconsciente, algo entregado a la voluntad de los poderosos y de las estructuras que los mantienen sometidos por reglamentos, contratos, estatutos, que en general son formas de control y fiscalización para mantener los vínculos de dominación y de explotación.