viernes, 26 de febrero de 2010

EL ENIGMA (Cuento irracional) por Gregorio Angelcos


Siglos detrás de esa enigmática mujer, una mirada en el renacimiento, un gesto afectuoso mientras avanzábamos hacia la toma de La Bastilla, después un beso que deslizó desde sus labios y sopló para que el viento lo trasladase por entre las barricadas de la primera guerra mundial. A veces me detenía en mi transito por el tiempo y la pensaba unos segundos, trataba de adivinar su nacionalidad, tal vez fuese francesa, italiana, lo cierto es que rasgos latinos tenía. A medida que los años pasaban mi ansiedad por encontrarla iba en aumento. Un sentimiento extraño por conocerla en un plano de mayor intimidad, traspasar la barrera de sus ojos penetrando intensamente en los míos y después perderla, provocaba un vacío letal en mi conciencia.
A veces reconstruía su imagen en el silencio, y la amaba en un estado de sublimación que me agotaba hasta sentir rechazo y desprecio por ella, pero continuaba apareciéndose en mi imaginario para mantener viva su presencia.
En realidad, mi relación era confusa, no sabía ni siquiera como se llamaba, entonces le daba formas, inventándole rutinas cándidas y absurdas.
Lo cierto es que después de cuatrocientos años de encuentros y desencuentros necesitaba definir la relación, no tenía pistas para acceder con cierta fluidez a ella, por lo que decidí actuar más allá de la realidad. Entonces, regrese a la Edad Media para conversar con Feliciano, un brujo de sabiduría razonable y una cierta perversidad para tratar los temas del corazón, me recomendó que penetrara en uno de sus sueños: “lo mejor es invadir el subconsciente, sólo ahí podrás saber como asume la relación contigo”, me dijo. Y así lo hice. Guiado por Feliciano esperé que en algún lugar del planeta entrará en un profundo sueño y una vez acontecido, rompí las barreras del tiempo cruzando hacia otra dimensión y me introduje abruptamente en su travesía nocturna. La vi sonreír mientras contemplaba el cántico de unos pájaros en el jardín de su nostalgia, disfrutaba intensamente su naturaleza, por mi parte, sentía que me vigilaban en un espacio de tanta intimidad. Ningún lugar sería suficientemente oculto para evitar ser descubierto en un sueño donde la conciencia recorría con absoluta minuciosidad los espacios de su propio inconsciente.
La mirada cruzaba a través de su memoria como un foco encendido que iluminaba cada rincón de sus neuronas. Entraba y salía de la oscuridad con cierta rapidez. De improviso, descubrí el cadáver de un sujeto de aproximadamente treinta años, vistiendo una túnica del medioevo; estaba atravesado por una daga y las cavidades de sus ojos se encontraban cóncavas. Lisa y llanamente le habían arrancado sus pupilas. Asombrado, pero con cierta tranquilidad por la costumbre de relacionarme con la muerte, me aproximé para determinar su origen y me pregunté qué hacía ese muerto en el sueño de esta hermosa mujer. Además se trataba de un muerto del siglo doce o trece aproximadamente.
Pero mi objetivo no era conjeturar sobre este patético hallazgo, sino indagar sobre las emociones y percepciones que tenía del mundo exterior. Avancé en silencio, mientras un fuerte viento se estrellaba contra mi rostro que con cierta ansiedad trataba de encontrarse con la respuesta necesaria. El amor – pensé – incentiva conductas aberrantes que desdibujan nuestra personalidad.
Después de caminar algunos metros me detuve a observar cómo su razón se articulaba en el contacto y transmisión de energía de su masa neuronal. Estaba pensando. Por desgracia no podía procesar ese lenguaje que visualizaba como circuitos electrónicos, movimientos ondulantes y lineales que iban conformando sus ideas.
De pronto, tuve la sensación de que podía sorprenderme y me oculté tras una nube voluptuosa. Comprendí, en ese instante, que mi amor por ella me provocaba una fuerte obsesión emocional. Era casi un síntoma de enajenación siquiátrica. Giré la cabeza hacia un costado y encontré otro cuerpo abandonado en el centro de este sueño. No tenía corazón y sus pupilas habían sido arrancadas de sus ojos. El cadáver conservaba una postura solemne como si se tratase de un fetiche al cual le habían secuestrado su inmortalidad. El espectáculo era bastante más patético que el anterior; sin embargo, mi estado de ánimo no cambiaba significativamente, sólo me interesaba descubrir ciertos rasgos de la personalidad de esta mujer para conquistarla en la realidad de los próximos segundos o siglos, no importaba, porque formábamos parte de esa absurda pero lógica utopía de la eternidad.
Por algunos movimientos neuronales pude descifrar que disponía de cierta plasticidad para trasladarse de un sitio a otro trascendiendo el tiempo cronológico. Era una cualidad que le permitía procesar información con mayor rapidez que una mujer tradicional.
De improviso, el sueño se oscureció y una melodía trágica fue convirtiendo la atmósfera de silencio en misterio. Gritos confusos provenientes del vacío alteraban una rutina que hasta hace unos segundos era de sueños, un tanto retórica y poco evolutiva.
Es difícil establecer el tiempo real cuando el proceso es de ficción; ella y yo, éramos personajes de una ficción escrita por alguien desconocido, del cual no poseíamos mayores antecedentes. Sin embargo, el clima fue saliendo de su rareza y el espacio recuperó su iluminación.
Dos personas abandonadas entre un paréntesis de su conciencia se encontraban virtualmente asesinadas. Ambas, al igual que los cadáveres anteriores se apreciaban con sus ojos arrancados, y sus concavidades permitían observar el movimiento angustiado de sus masas encefálicas en sus últimos tramos antes de morir.
Esta vez sentí un rechazo visceral frente a los cuerpos y por alguna razón inconsciente los escupí sin contemplación. Sus imágenes fantasmales perturbaban el sentido de mi presencia en el sueño de esta hermosa mujer.
Ella, reaccionó frente a este hallazgo siniestro y entonces comprendí que en medio de esa alteración necesitaba con urgencia despertar.
Mi preocupación se hizo evidente, pues al termino de su sueño desaparecería este espacio onírico, y obviamente, también me iría hacia otra dimensión, extraña, desconocida, sin saber si podría retornar a la realidad. Entonces me deslice con prisa y casi por instinto hacia una salida que me permitiera el regreso a la realidad.
Segundos más tarde ella despertaba y me sorprendía frente a su cama, perplejo, sin poder reaccionar. Traté de sonreír, pero no pude dejar de evidenciar cierto nerviosismo; ella fijó su mirada vacía sobre mis pupilas, las que inconscientemente pestañearon.
“Es hermoso sentir cómo los ojos parpadean” –comentó-; asentí con un leve movimiento de cabeza y luego dije: “sí”. Luego continuó : “a veces la demencia de algunos termina socavando la mirada de muchos, he encontrado a través del tiempo varios cadáveres con sus ojos arrancados y sus cavidades cóncavas... han sido crímenes horrendos”.
Me encogí de hombros y pensé que sólo se trataba de imágenes virtuales de su sueño.
“Pero no es así, me dijo ella como adivinándome el pensamiento, son los crímenes que tú has cometido. Estás dominado por una pasión irracional”.
“No te entiendo –le contesté-, lo que único que puede asegurarte es que invadí tu inconsciente para descubrir algunos rasgos desconocidos de tu personalidad que me permitieran estar un poco más cerca de ti. Creo que te amo”, afirmé.
“Precisamente –contestó-, se trata de un amor irracional que impulsa y fundamenta el sentido de tus crímenes, uno a uno, le has arrancando los ojos para evitar que me miren y descubran, tal vez, las mismas cualidades que descubriste tú.
Para este tipo de locura existe solo una sentencia –agregó-, y se trata de una ceguera perpetua y una condena a vivir eternamente sin morir jamás, transitaras por los siglos sin identificar en la realidad el objeto de tu pasión. Hasta nunca”, me dijo y se marchó.
Desde ese instante debí asumir mi ceguera e iniciar una ruta invisible por el tiempo con un bastón de apoyo, para detenerme de vez en cuando en algún siglo a oler el ambiente tratando de captar su esencia. A veces siento el aroma de su perfume invadiendo mis espacios; pero sin poder diferenciar entre lo objetivo y lo subjetivo, debo creer en lo primero, pues algún día la encontraré y me amará con gran intensidad; mientras tanto retengo su imagen en mi conciencia, y continúo desgarrando a los hombres de sus ojos para evitar que descubran lo que yo pude descubrir: su intensa e irreal perversidad.
Una semana después, apareció un vehículo policial en mi domicilio con una orden de detención en mi contra, fui trasladado por la brigada de homicidios por instrucciones del juez a la reconstrucción de escena de los crímenes que por mi estado de enajenación no fui capaz de reproducir, pero como los espacios estaban en la dimensión de los sueños me declararon en estado de demencia, entonces, me enviaron a una clínica siquiátrica donde permanezco en silencio desde hace un siglo, con una crítica ansiedad por recuperar la vista y continuar su búsqueda hasta el final de sus días, porque después de todo, me enteré que ella es mortal y no goza del oscuro privilegio de conservar la vida por lo que resta de la eternidad.